No permitamos que los informes y rumores siembren el pánico entre nosotros, caballeros, pues Francia depende de nuestras cabezas frías y nuestros aceros calientes.
Si, es cierto, los ingleses han aumentado su número en los últimos meses. Han reforzado sus fronteras y llenado de hombres los campos. ¿Qué quiere decir esto para nosotros? ¿Qué imagen pinta ante el futuro de Francia?
Los ingleses nos temen, señores y con buen motivo. La mera imagen de los ejércitos que hemos levantado los ha hecho ir llorando hasta Inglaterra suplicando por mas tropas que les permitan sobrevivir nuestra furia.
Han llenado sus filas con soldados que apenas y tienen un atisbo de barba en el rostro, con criminales y gentuza de poca monta. Y sus bocas, que son muchas, drenan las arcas y los graneros de sus territorios como una plaga de sanguijuelas. En poco tiempo, las arcas de Inglaterra estarán vacías y nosotros estaremos frescos y agudos gracias a las tierras que tomemos de ellos.
¿Por qué habríamos de escuchar, entonces, los murmullos de aquellos señores de la corte que, temerosos de los ingleses, dicen que deberíamos resguardarnos de su furia? ¿No son ellos los mismos que, cuando nos levantamos al servicio de nuestra patria tras la derrota de Agincourt, agacharon la cabeza y se escondieron en sus castillos con la esperanza de que las huestes de Enrique V no los vieran? ¿Los mismos que sugirieron que la mejor defensa era ocultarnos en nuestros castillos y "defender la posición"?
Si ahora estos nobles pasean por las cortes de nuestra madre Francia, es porque nosotros levantamos en armas un mar de patriotas que hizo temblar de miedo a los ingleses. Hemos dejado en claro, para todo el mundo, para siempre, que el coraje de los hombres que defienden lo que les pertenece siempre hará temblar a aquellos que mantienen el yugo opresor del martillo, el miedo y las palabras envenenadas.
¿Defender, nosotros? ¿Ocultarnos en nuestras casas de campo como conejos en sus madrigueras? No. ¡Nosotros somos los Señores de la Guerra de Francia! Somos su escudo y su espada, su acero es nuestra sangre y no hay ejército ni rey que pueda resistirnos. Nuestra mera presencia los hizo temblar y temer por sus vidas y ahora demostraremos cuan justificado está ese temor.
Si los susurros de aquellos con algodón en la sangre sugieren que protejamos la frontera, yo digo que esta frontera está pasando el mar y rodea a Londres. Todo lo demás nos pertenece. Es nuestro y lo tomaremos tarde o temprano.
Señores. Luchemos con valor y con astucia. Matar ingleses es nuestra vocación y es algo que se nos da bien. Las trampas que nos han puesto son claras como el agua y no engañarían ni a un niño francés que aún esté prendado de la leche materna. Golpeemos ahí donde su contra-ataque sea mas débil. Tomemos sus tierras, que alimentarán nuestros ejércitos. Si los ingleses aprendieron algo en los últimos meses fue a temernos. Ahora aprenderán sobre el arte de hacer la guerra.
Y la lección comienza ahora.
Juan VIII de Harcourt. Condestable de Francia.